Hoy... Me gustaría decirte algo. Te quiero. Es más, te amo. Te amo como nadie te ha amado nunca. Te amo como nunca te va a amar nadie.
Te amo cuando te levantas, cuando abres los ojos, y medio dormida decides que ése va a ser un gran día. Te amo cuando te levantas, y no tienes ganas de nada.
Te amo por las mañanas, por las tardes, por las noches.
Amo cada milímetro de tu piel. Amo esos preciosos ojos en los que no puedes evitar fijarte al mirarte. Amo los hoyuelos que se forman en tu cara al sonreír.
Amo tu simpatía, tu delicadeza. Amo la forma que tienes de hacer sentir bien a los demás.
Amo tu sonrisa, ¿Por qué no? Y amo cuando haces reír a los demás.
Pero... No, no es eso. Es decir, sí, es eso, pero no es solamente eso.
Amo tus enfados sin motivo alguno. Te amo cuando lloras. Te amo cuando haces llorar a los demás. Te amo cuando cantas, y destrozas los tímpanos de quien te escucha. Te amo cuando te haces la dura, y cuando, de tanta dureza, te rompes.
Amo las arrugas que se forman en tu frente cuando ríes, o cuando te enfadas.
Amo tu nariz enorme y tus pechos deformes. Amo tu barriga, tus piernas. Amo tus manos.
Amo tus miedos, tus inseguridades, tus complejos. Te amo cuando me mientes, cuando te dejas engañar por los demás. Te amo cuando lo mandas todo al garete, cuando no confías en ti misma.
Sí, te amo. Es decir, me amo. Me amo como nadie me ha amado nunca. Me amo como nunca me va a amar nadie. Porque, desde el momento en que me amo a mí misma, soy capaz de amar. Y capaz de permitir que los demás me amen.
