Por una rosa habría entregado tu alma al diablo
para cambiarme de espinas.
Para pintar con mi sangre en paredes cubiertas de escarcha.
Y me habría envuelto entre minas gastadas
para acabar con tu guerra,
que no era tuya.
Por una rosa de plástico sacada de tierras lejanas,
dónde la risa es el sol y el viento cubre tus alas de nieve.
Por una rosa,
fantasma de tus monstruos,
yaces muerta,
aunque respiras,
y no estás.
Que ni en su torre, Segismundo,
vaga tan solo
con sus lamentos.
Que ni la luna de sangre
siente tus penas
sin sus abrazos.
Pero tú,
tú siempre has sido tuya,
y ese, cariño,
es el pecado más grande en un mundo de hombres.
Que tú nunca has sido rosa,
aunque solías doler en mi pecho.
Y duermo pensando si es posible soñar en tus manos,
si es posible creer en tus ojos
de voz violeta.
Duermo esperando una rosa que ya no respira en tu pecho,
y mañana, buscaré de nuevo,
por si quedara una espina entre tus piernas de acero.
Duermo,
aunque no descanso.
Duelo,
de la niña que fue amapolas
y ahora es viento en todas partes,
en ningún caso,
sin sus recuerdos.