Hoy ha subido al autobús un hombre muy interesante. He decidido llamarlo Raúl. Tenía el pelo canoso y los ojos color avellana.
Ha pagado el billete y ha buscado un lugar para sentarse.
En el mundo existen dos clases de personas: los que no soportan sentarse en los asientos que miran a la parte posterior, y aquellos que lo único que desean es descansar. La mayoría de las personas forman parte del primer grupo.
Raúl es uno de ellos.
Normalmente no coge el autobús, le agobia la gente aglutinada en espacios reducidos. Sin embargo, hoy ha decidido subir. Con toda probabilidad llega tarde a su puesto de trabajo, puesto que no deja de mirar el reloj de bolsillo que guarda en su americana negra.
Para más inri, en el asiento de al lado se ha puesto una niña (de unos 5 años), que no deja de gritar y patalear. Su madre pide disculpas repetidamente a Raúl; pero éste, absorto en sus pensamientos, no escucha nada.
Su jefe le llama. Se oyen gritos al otro lado del teléfono móvil, que finalmente cuelga mientras su interlocutor todavía está hablado (o gritando, mejor dicho).
Pasados unos minutos baja del autobús. En su rostro una sonrisa amplia y sincera. Llama a su mujer. "Cariño, voy para casa".
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