Sabes a café por la mañana un día de
lluvia;
de esos que apetece manta y peli
(pero a tu lado).
Sabes a un trayecto interminable
de palabras
que ruedan por tu boca hasta llegar a mi
ombligo.
Sabes a recuerdos de limón
y a lágrimas de fresa.
Sabes a cisne enjaulado en una celda de
cristal
que vive su última cena como si fuera un
niño.
Sabes a bambú en medio del bosque, libre,
móvil, verde vida.
Sabes a vida.
Y tu rostro me recuerda a un mar aséptico
hasta que doy con tus ojos, y descubro,
anonadada,
que hay tormenta en tu interior.
Sabes a luciérnaga.
A luz que ilumina, que no quema,
que ilumina tus caricias,
que atraviesa mis palabras por cada
rendija que dejo abierta.
Sabes a luminiscencia.
Sabes a luz.
¿Pero sabes?
Todo eso lo recuerdo, no lo sé.
Creo que he sentido el perdido del gusto.