Tenía los ojos del color de las cenizas
(puede que en su interior no dejara de
arder).
Era fuego y tormenta al mismo tiempo;
un corazón inquieto,
un alma pura
(y rota).
Las voces le decían que todo estaba
bien,
pero Troya tampoco esperaba su derrota.
Y cayó.
Como un acantilado de palabras sin
avisó.
Calló.
Como un paracaídas corroído por el sol.
Como cae la lluvia,
muda.
Pero como lluvia,
inquieta.
Tenía los ojos del color de las cenizas,
reflejo de su interior que no dejaba de
arder.
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